Así la muchacha al volver a casa, comparará a su hombre con el repartidor de mierdesía (palabra compuesta entre mierda y poesía), y lo despreciará. Todo será para ella motivo de desdén, hasta la ropa sucia de su pololo. ¡Como si el conquistador no necesitara que le lavaran los calcetines!
Por César Valdebenito
Así la muchacha al volver a casa, comparará a su hombre con el repartidor de mierdesía (palabra compuesta entre mierda y poesía), y lo despreciará. Todo será para ella motivo de desdén, hasta la ropa sucia de su pololo. ¡Como si el conquistador no necesitara que le lavaran los calcetines! Pero la muy idiota, al no verlo más que en situación teatral, siempre favorecido y recién afeitado y emperejilado, se lo imagina como un héroe que nunca ensucia la camisa ni va al w.c. Conquistador, comediante que nunca deja de actuar, siempre camuflado, disimulando sus lacras físicas haciendo a escondidas todo lo que un marido o pololo hace ingenuamente. Pero como lo hace a escondidas y ella tiene poca imaginación, lo tiene por un semidios. Oh, los sucios nostálgicos ojos de la idiota pronto adúltera, oh su boca abierta ante los nobles discursos de su príncipe encantador dueño de diez metros de intestino. Oh, la idiota atraída por la magia, por la mentira. Todo lo de su hombre, demasiado estable, la crispa. Su inocente manía de apelativos cariñosos del tipo pichoncito, tesoro o sencillamente cariñito cada dos por tres, lo que carece de la menor chispa y la saca de sus casillas. La muchacha necesita sublimidad a borbotones. Cuarto truco, la comedia del hombre fuerte. ¡Ah, el asqueroso juego de la seducción! El gallo se desgañita para que ella sepa que es un duro de pelar. El gorila se aporrea el pecho bum, bum. Si él fija sin pestañar los ojos en los de la buena chica, a ella la embarga una extraña emoción, desfallece ante la impenetrable mirada. Si se acomoda con virilidad, lo venera. Si pertenece al tipo explorador lacónico que se quita el cigarrillo para decir sorry, descubre profundidades en ese sorry. Resulta viril, la excita. Ya puede decir el seductor cuantas estupideces quiera, que si las dice con una voz engolada, con aplomo, con voz varonil, con voz de bajo modulada, lo mirará con ojos desorbitados y húmedos, como si hubiera inventado una relatividad más generalizada o el imponderable quantum de la física de Howking. En todo repara, en el caminar, en la manera de moverse del tipo, en el modo de volverse fieramente, de donde su delicioso sexto sentido, deduce que es agresivo y peligroso, a Dios gracias.
Para seducir a un perro, basta que seas bueno con él. Poco le importa la fuerza. Pero ellas no, ellas exigen, desean ardientemente el peligro que entraña. Sí, a las idiotas esas lo que las atrae y las excita es el carácter peligroso de la fuerza. Fuerza, fuerza, sólo tienen esa palabra en la boca. ¿Y qué es en fin de cuentas la fuerza sino el viejo poder de acogotar al compañero prehistórico en un rincón de la selva virgen de hace cien mil años? Y la fuerza significa un hombre enérgico, con carácter. Esos desvergonzados angelitos necesitan un amado fuerte y silencioso, un tiarrón viril, un gallo pretencioso que tenga siempre la razón, que hable con seguridad, un tenaz e implacable sin corazón. A fin de cuentas, un gorila o un King Kong con su poder a toda prueba. No hay nada que hacer, paleolíticas, son paleolíticas, descendientes de las hembras de frente caída que seguían humildes al macho achaparrado con su hacha de piedra!
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